LAS MIGAS
"Nosotras Somos"
El próximo 28 de mayo se publica el esperado segundo disco de Las Migas (Chesapik 2012), producido por Raúl Rodríguez.
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Para
aplacar el pesar, el dolor del verano que se acerca, vuelven Las Migas.
Ahora con Alba Carmona en la voz (que ya estuvo muy presente en la
grabación del anterior “Reinas del Matute”), dándole un
toque más descarnado, más canalla y sincero. Más sentido. Estas son
canciones alegres que duelen, canciones tristes con las que reír; tienen
todas ese dolor particular que produce evocar, en soledad, aquellos
días felices.
Este
es un disco que hay que celebrar. Si alguna vez la etiqueta nuevo
flamenco tuvo un sentido es en casos como este: donde el flamenco, a la
vez alegre y profundo, se encuentra con la melancolía de las músicas
europeas. Es también música popular, para cantar y llorar en las calles.
Imagina uno a Las Migas cantando a la ribera del Mediterráneo o
escondidas en los tablaos. Armando un follón grande, con sus guitarras,
sus violines y sus gritos.
Grabado en Madrid, muy lejos del mar donde ha sido imaginado, en “Las Migas” el
quejío de Alba se encuentra con las complejas estructuras de las
guitarras de Isabelle Laudenbach y Marta Robles y con el tenso,
hermosísimo violín de Lisa Bause. Abre el disco la sofisticada,
emocionante versión de “Con Toda Palabra” de Lhasa de Sela que
pone los pelos de punta y avisa del material emocional del disco: los
amores que han acabado, las noches en blanco, extendido el cabello sobre
las sábanas, sin poder dormir. Las cosas se ponen serias: los trenzados
líricos de las guitarras en “Caminito de tus brazos”, sobrecogen; como también sobrecoge la voz de Alba, esa entrega romántica, desnuda.
Conforme avanza el disco, se van encontrando la poesía (Alberti en la energía de “Dime que sí”) con la canción latina (la profundísima, intensa “Sentida Canción ” -original del venezolano Henry Martínez-) o con el cante más puro, más seco (“La Guitarrina”).
La voz de Alba brilla, expresiva, en la maravillosa “Zambra”,
apoyada tan solo por la tensión irrespirable del violín; para después
acercarse al folk en su apropiación (deconstruida, nocturna) de “La Lluna” de Serrat. Aunque la cima del disco es “Larga Vida al Loco”,
con un violín en el que perderse y una letra (sobre la locura a la que
puede conducir el fin del amor y, aún peor, de la pasión) en la que
enredarse una y otra vez. No recuerdo las veces que le dí al replay
para volver a escucharla. No recuerdo las veces que he repetido, desde
entonces, su tristísima letra caminando por la calle, mirando los
edificios que, a su vez, me miran a mí.
Le siguen las percusiones de “Me Mueve el Aire”, concediendo un respiro con su canto de reivindicación femenina, independiente, de
taconeo y “cara láva”. Y para acabar, para despedirnos, de nuevo la
sencillez alegre, mediterránea (el acordeón guiando la canción) y
melancólica, de “Soñé”, en la que, inevitablemente, cerramos los
ojos y sentimos, sobre la piel, la sal. O, aún más terrible, como el
recuerdo del beso del amante en lugar del beso, el recuerdo de la sal en
la piel.
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