Metaempatía sonora
Hablaré de Rolling Stone
por no fastidiar a otros colegas de oficio. Aún así, la lista de
revistas y blogs que dedican su contenido a la música en España, es bien
amplia. El hecho de que hable de la Rolling Stone responde
sencillamente a que es el magazine universal por excelencia. ¿Quién no
se ha comprado un número? ¿Quién no ha visitado su web? Se mueve por
todo el mundo, con sede en las principales ciudades del planeta. De ello
han surgido innumerables periodistas volcados en la causa musical.
Pero, ¿favorece esta amplia amalgama y eclecticismo la difusión de la
calidad? Es cuestionable.
Sin entrar en nombrar a bandas
concretas, podemos decir que muchas de ellas tienen una calidad pésima
en sus composiciones, o registros e interpretaciones. Internet hace que
todos podamos ser abogados, médicos, arquitectos…, artistas. Nos abre
una ventana de ensoñación y copia del patrón irrepetible. Quien quiera
sonar Beatle, sin duda, tendrá que estudiar mucha teoría musical y
colocarse de ácido lo suficiente como para darse la importancia soberana
a sí mismo. Are you experienced? Sea como sea, ahí nos plantamos nosotros, frente a la pantalla para decir «yo quiero esto». Y
es así como crece de manera exponencial la heterogeneidad musical y
periodística. No quiero decir que sea malo. Lo que aquí se exprime es
una realidad innegable, y es que portadas y contenidos de numerosas webs
y papeles otorgan sus mejores piropos a grupos que, realmente, no
merecen la pena. Todos podemos y debemos escuchar todo. Pero, ¿dónde
está nuestro sesgo? Sin duda alguna, con la red. Y ésta no tiene
retenedor alguno de la calidad. El acceso es libre. Todos podemos ser
músicos hoy. ¿No existe acaso la música electrónica? Se pronuncia ésta
como un sarcasmo amargo de los últimos minutos de vida de la música
popular. Ahora, la misma, es mucho más pop, archiconocida. ¿Tienes
ochenta euros? Cómprate un cacharro y haz “música”.
No. Me niego. Sin entrar en vacilaciones
sobre si lo electrónico es o no musical –a la gente de conservatorio
que se machaca las neuronas frente al papel pautado esto, lógicamente,
le sienta mal-, podemos afirmar que Wally López hace música. Es
asombroso, ¿verdad? Lo siguiente será Rafa Mora, el Lord Voldemort de la
cultura. Pero no estamos aquí para reflexionar sobre esto. Además, hay
bandas como las alemanas de posguerra que, claro está, dominan el
affaire sónico. Lo que aquí se cuestiona es si la prensa especializada
en música apuesta por la calidad, por la alteridad, o por la imagen.
Rihanna fue portada de Rolling Stone en febrero. Y no es la
peor. Por ella ha pasado, quien más, Eminem. Músico de estudio donde los
haya… ¿Por qué las revistas apuestan por el recto del cuerpo musical? «Poderoso caballero es don Dinero». Pero la financiación no es suficiente.
Hay algo ineludible en la cultura que se
respira, y es su azufre. Que un libro lo lea mucha gente es un buen
indicador de que es malo. Un ejemplo claro es el ensordecedor Cincuenta sombras de Grey, o la saga Crepúsculo. Literatura
banal para hordas conformistas de bolsillo holgado. Así que teniendo
una revista, y queriendo captar recursos para la expansión, parece que
lo más lógico es acoplarse a quienes hacen el mercado fáctico, que son
los paletos que sustentan la España intelectualmente cañí. Ello explica,
con una relación casual sin adulterar, el porqué de la cobertura a
canciones, álbumes y bandas que lo que merecen es una peineta desde La Academia.
Sobre gustos nada hay escrito. Todo
género es legítimo y, toda corriente, interesante. Pero habrá que ver si
el consumo de unos u otros responde a una elección autónoma o a la
venta perceptiva al por mayor de los colosos de la comunicación.
Y hay otro problema, que no es la
financiación ni el conformismo: la actitud. Suena evidente que el
análisis de un álbum no dará los mismos resultados si el filtro por el
que se pasa es el de una persona que ha estudiado teoría musical, o por
el de otra que ha estudiado cultura musical. La gran bola léxica que se
genera alrededor del hecho armónico y rítmico es consecuencia, y no
causa. O al menos, así debería ser. Pero en nuestra sociedad ocurre lo
contrario. Los medios generan la moda y los adolescentes la siguen. Si
quienes tienen el poder suficiente para vender un producto a escalas
nacionales y trasnacionales no entienden la música, sino que sólo han
escuchado muchos trabajos a lo largo de sus vidas, resulta obvio que el
resultado será demoledor: «Mozart ha muerto. Melendi ha nacido», me dijo un profesor de música siendo bien chico.
Debemos apostar siempre por la
regeneración, pero teniendo la cautela suficiente para vender los
trabajos artísticos que lo merecen. David Bustamante no puede tener una
buena crítica porque es mierda pura con una producción casi exquisita.
¿Pensarán igual todos los colegas de profesión?
Echadle pelotas, abandonad vuestro
puesto de trabajo y empezad a estudiar. Aún queda mucho por hacer. La
Rolling y coetáneas nos han puesto un bache que sólo podremos sortear
haciendo mucho ruido. Pero, recordad, los músicos, los especialistas,
son los que se matan en sus garajes componiendo la magnificencia sonora
del mañana.
Es a ésos a quienes debemos prestar
atención. La imaginería subversiva que se ha generado desde los años
noventa no es más que un fiel reflejo de la decadencia en que los medios
de comunicación nos están sumiendo, gota a gota, letra a letra.
Revolucionemos la música. Ya.
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