Si
From Dusk Till Dawn se hubiera hecho en Barcelona y se hubiera rodado
en un garito de la Zona Franca, la banda sonora no sería de Tito &
Tarántula sino de los Salvaje Montoya. Son ratas de la misma cloaca:
carmín corrido, divinidades de barrio, mitos sacados de la manga, aires
fronterizos, sensuales atmósferas latinas de tres al cuarto, muy poca
vergüenza y mucho, mucho rocknroll, del de verdad, del que sale de las
entrañas, estrangula las frustraciones, hace bailar a las mujeres
maduras, revienta escenarios y orejas, y obliga a menear al respetable
hasta el paroxismo.
Salvaje Montoya no tienen nada y por eso lo
dan todo: sólo quieren hacerse los chulos y desbarrar hasta que puedan,
sacarle todo el jugo posible a los riffs rompepistas que se les ocurren,
cuales The Sonics de barriada, jugar a partirse la cara y olvidar la
puta rutina que a todos se nos come, meterle palos en las ruedas con
versos como «cuando llegue el juicio final, en tus nalgas habrá un vacío
legal» o bien «caes de morros y te crees que vuelas, hiciste la conga
en el precipicio: eres la leyenda local…» o este deliciosamente
asqueroso «saborea el canapé resbalando por sus tetas.»
Después
vendrá lo de que se te baje la borrachera, lo de pedir perdón al día
sigui-ente cuando el sol asoma, junto el arrepentimiento. El sueño de
una doble vida que se desdobla en sí misma hasta que el infinito diga
basta; como aquel inglés que se gastó once millones de euros en alargar
la noche y cuando despertó solo pudo claudicar con lo de: «La fiesta ha
terminado. La vida debe continuar... »
Rompiendo la Yuca, el
segundo disco de los Salvaje Montoya tras su debut hedonista Boda Rumana
(BCore/Mama Vynila, 2013), es media hora concentrada de ritmos
endemoniados, un triturado de alta graduación a base de Los Peyotes,
Siniestro Total, Thee Oh Sees y Guadalupe Plata, para bailar con zapatos
relucientes y pupilas dilatadas que buscan sin parar nalgas a tiro de
la calentura imparable que provocan los Salvaje Montoya: cuatro tíos
“normales” -como Clark Kent- que de noche se ponen las mejores camisas
para desgarrarlas rápidamente y dejar bien alto el estandarte del
rocknroll más irresponsable y deslenguado. ¡Larga vida a los salvajes!
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